Camina humildemente con tu Dios.
Miqueas 6:8
La humildad es la actitud que tenemos cuando no presumimos de nuestros logros, cuando reconocemos nuestros fracasos y debilidades y cuando actuamos sin orgullo. Consiste en ser conscientes de nuestras limitaciones e insuficiencias y el tener una actitud de que necesitamos a otros.
Cuando somos humildes vemos las cosas como son, lo bueno como bueno, lo malo como malo.
Por eso al actuar con humildad somos dignos de confianza, flexibles y adaptables, capaces de escuchar y aceptar a los demás de dejar hacer y dejar ser.
La humildad elimina el miedo y la inseguridad; nos sensibiliza a las verdades bíblicas que dan valor y sentido a la vida. Asimismo, la humildad destruye los muros de arrogancia y de orgullo que nos distancian de las personas. La humildad actúa suavemente en las fisuras, permitiendo el acercamiento.
Al ser humildes podemos adaptarnos a todos los ambientes por negativos que estos sean y reflejaremos nuestra humildad en nuestra actitud, palabras y relaciones. Al desarrollar la humildad en nuestras vidas tenemos la posibilidad de crear un ambiente cordial y confortable.
Nuestras palabras estarán llenas de esensia y la expresaremos con buenos modales; incluso podemos desaparecer la ira de otra persona, pues una palabra dicha con humildad tiene el significado de mil palabras.
La humildad consiste en reconocer que no somos los mejores del mundo, en aceptar nuestros defectos y reconocer las virtudes de los otros. Sumando nuestras virtudes, podemos corregir juntos nuestros defectos.
La humildad debe penetrar nuestro intelecto tan profundamente como lo penetra el amor.
La humildad nace y se engendra en la forma de pensar, en la forma que yo elijo en mis pensamientos vivir, luego se hace presente en mis acciones. Es imposible que yo intente ser humilde solo para que lo vean los demás, si en verdad mis pensamientos y mi corazón están lejos de ella.
Solo el verdaderamente humilde es capaz de apreciar digna y noblemente las cualidades y ventajas del prójimo. El orgulloso considera siempre su propio valor para elevarse.
Humildad es ser servicial.
“El mayor entre vosotros sea como el menor, y el que manda como el que sirve”. (Lucas 22, 26; Mateo 20, 25)
La humildad es el gesto de una continua muerte interior para que Cristo viva en nosotros. La humildad sigue siendo siempre un don y un mandato. “Preciso es que el crezca y yo mengüe”. Juan 3, 30
“Dios resiste a los soberbios y a los humildes da su gracia”.
1 Pedro 5, 5
La soberbia es tan pobre, tan mezquina que solo se extiende a ventajas transitorias como la belleza corporal, el adorno, el dinero, los títulos, etc.
Sin embargo la humildad es tan rica que se extiende a la eternidad.
La soberbia se esfuerza por conquistar preponderancia y ascendencia sobre los demás.
La modestia se contenta con ocupar un puesto irrelevante.
En la antigüedad la idea de lavar los pies a los que entraban a una casa con las sandalias cubiertas de polvo correspondía a los esclavos.
Nunca el dueño de casa, o el anfitrión, se hubiera rebajado a hacerlo personalmente.
Habría sido una humillación. Por eso Pedro le dice a Jesús en la última cena:
—Señor, ¿tú me vas a lavar los pies a mí? Jesús contestó: —Ahora no entiendes lo que hago, pero algún día lo entenderás. —¡No! —protestó Pedro—. ¡Jamás me lavarás los pies! —Si no te lavo —respondió Jesús—, no vas a pertenecerme. —¡Entonces, lávame también las manos y la cabeza, Señor, no solo los pies! —exclamó Simón Pedro.
Juan 13:6-9
Es la voluntad de Dios que seamos exaltados. Pero su camino a la exaltación es distinto al camino que llevan los que quieren exaltarse a sí mismos. Su rumbo es distinto, su destino también lo es. La exaltación a la que aspira el hombre siempre exalta su propia voluntad carnal, mientras que Dios desea exaltar al hombre según su imagen y propósito.
Algunos piensan que los dones espirituales exaltan a la persona que los posee y por eso lo buscan con empeño. Pero la verdad es que el recibe los dones espirituales auténticos tiene que humillarse más, crucificar los deseos de su carne y entregarse más a Dios.
Si hay orgullo en tu corazón, renuncia a él y con la ayuda del Espíritu Santo llegarás a ser una persona humilde de corazón.
Oración:
Amigo Espíritu Santo, gracias porque en este caminar de la mano de Dios nos muestra que la humildad es necesaria en nuestras vidas, que es ese vinculo con el corazón de Dios para mostrar ese don tan precioso que proviene de ti y así poder llegar hacia los demás, limpianos de todo arrogancia, orgullo y altivez de nuestros corazones y la humildad se establezca dia con dia en nuestras vidas, porque queremos mengüar para que crezcas tú, en el nombre de Jesús ¡Amén!
Humility
Walk humbly with your God.
Micah 6:8
Humility is the attitude we have when we do not boast of our achievements, when we recognize our failures and weaknesses and when we act without pride. It consists of being aware of our limitations and insufficiency and having an attitude that we need others.
When we are humble we see things as they are, the good as good, the bad as bad.
That is why by acting with humility we are trustworthy, flexible and adaptable, able to listen and accept others, to let do and let be.
Humility eliminates fear and insecurity; it sensitizes us to the biblical truths that give value and meaning to life. Likewise, humility destroys the walls of arrogance and pride that distance us from people. Humility works gently into the cracks, allowing for rapprochement.
By being humble we can adapt to all environments no matter how negative they may be and we will reflect our humility in our attitude, words and relationships. By developing humility in our lives we have the ability to create a friendly and comfortable environment.
Our words will be full of wisdom and we will express it with good manners; we can even make someone else’s anger disappear, because one word spoken with humility has the meaning of a thousand words.
Humility consists in recognizing that we are not the best in the world, in accepting our defects and recognizing the virtues of others. By adding our virtues, we can together correct our defects.
Humility must penetrate our intellect as deeply as love penetrates it.
Humility is born and generates itself in the way I think, in the way I choose in my thoughts to live, then it becomes present in my actions. It is impossible for me to try to be humble just to be seen by others, if in truth my thoughts and my heart are far from it.
Only the truly humble is able to appreciate worthily and nobly the qualities and advantages of others. The proud one always considers his own value in order to elevate himself.
Humility is to be of service.
“Let the greatest among you be as the least, and he who rules as he who serves.” (Luke 22, 26; Matthew 20, 25)
Humility is the gesture of a continuous interior death so that Christ may live in us. Humility always remains a gift and a command. “He must increase and I must decrease”. John 3:30
“God resists the proud and to the humble he gives his grace.”
1 Peter 5, 5
Pride is so poor, so petty that it only extends to transitory advantages such as bodily beauty, adornment, money, titles, etc.
Humility, however, is so rich that it extends to eternity.
Pride strives to conquer preponderance and ascendancy over others.
Modesty is content to occupy an irrelevant position.
In ancient times the idea of washing the feet of those who entered a house with sandals covered with dust belonged to the slaves.
Never would the master of the house, or the host, have stooped to do it personally.
It would have been a humiliation. That is why Peter says to Jesus at the last supper:
-Lord, are you going to wash my feet? Jesus replied: -You do not understand what I am doing now, but one day you will understand. -No,” Peter protested, “You will never wash my feet! -If I do not wash you,” Jesus answered, “you will not belong to me. -Then wash my hands and my head too, Lord, not just my feet! -cried Simon Peter.
John 13:6-9
It is God’s will that we be exalted. But his path to exaltation is different from the path of those who want to exalt themselves. Their course is different, their destination is also different. The exaltation to which man aspires always exalts his own carnal will, whereas God desires to exalt man according to his image and purpose.
Some think that spiritual gifts exalt the person who possesses them, and therefore they seek them earnestly. But the truth is that the one who receives authentic spiritual gifts must humble himself more, crucify the desires of his flesh and surrender more to God.
If there is pride in your heart, renounce it and with the help of the Holy Spirit you will become a humble person at heart.
Prayer:
Holy Spirit friend, thank you because in this walk hand in hand with God shows us that humility is necessary in our lives, which is that link with the heart of God to show that precious gift that comes from you and thus be able to reach out to others, clean us of all arrogance, pride and haughtiness of our hearts and humility is established day by day in our lives, because we want to decrease so that You grow, in the name of Jesus Amen!