Día 28 • Asumir la culpa

El encargado de soltar el macho cabrío en el desierto deberá lavarse la ropa y bañarse con agua. Sólo después de hacer esto podrá volver al campamento. 
(LEVÍTICO 16.26, NVI)

¿Has oído hablar alguna vez de un chivo expiatorio? Es posible que tú mismo hayas sido uno. Tu hermano mayor rompe un vaso. Antes de que tu madre empiece a gritar, te echa la culpa a ti, porque ha tropezado con tus zapatillas que estaban por medio. Aquí tienes otro escenario: Estás jugando como primera base en un partido de kickball. Cuando el pitcher recupera la pelota e intenta lanzársela a la corredora en la primera base, vacila durante un tiempo porque no has llegado todavía a la base para agarrar la pelota. La corredora está a salvo y tú le echas la culpa al pitcher por no haber sido lo bastante rápida. El pitcher se ha convertido en el chivo expiatorio.

Nadie quiere ser un chivo expiatorio, la persona a la que se le echa la culpa de un problema. Sin embargo, sin duda resulta fácil culpar a otro cuando nos metemos en problemas.

Los israelitas tenían un chivo expiatorio real, una cabra de verdad. Se la presentaban a Dios como sacrificio y el animal asumía la culpa por el pecado de los israelitas. A continuación lo enviaban al desierto. Afortunadamente ya no necesitamos chivos expiatorios por nuestro pecado. Jesús, el Hijo de Dios, se convirtió en el chivo expiatorio definitivo. Se cuidó de pagar por nuestro pecado para que no tuviéramos que llevar toda nuestra culpa.

Oración

Jesús, gracias por ser mi chivo expiatorio; no por poderte así echar la culpa, sino porque no tengo que pagar por mis propios pecados.


Day 28 • Taking the Blame

The man who releases the goat as a scapegoat must wash his clothes and bathe himself with water; afterward he may come into the camp. 
(LEVITICUS 16:26)

Ever heard of a scapegoat? You may have been one yourself. Your older brother breaks a glass. Before your mom starts yelling, he blames you because he tripped on your sneakers in the middle of the floor. You just became the scapegoat. Here’s another scenario: You’re playing first base in a kickball game. When the pitcher retrieves the ball and tries to throw out the runner at first base, she hesitates a moment too long because you are not yet at the base to catch the ball. The runner is safe, and you blame the pitcher for not being fast enough, even though you weren’t quite fast enough either. The pitcher became the scapegoat.

Nobody wants to be the scapegoat—the one who gets blamed for a problem. But it sure is easy to blame someone else when we get in trouble.

The Israelites had a real scapegoat—an actual goat. They presented the goat to God as a sacrifice. The goat took the blame for the Israelites’ sin. Then they sent the goat off into the wilderness. Thankfully, we don’t need scapegoats for our sin anymore. Jesus, God’s Son, became the final scapegoat. He took care of paying for our sin, so we don’t have to take the full blame.

Prayer

Jesus, thank you for being my scapegoat—not so that I can blame you but so that I don’t have to pay for my own sins.