Día 17 – 3ra Parte • Un lugar al cual pertenecer

También nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo, y cada miembro está unido a todos los demás. ROMANOS 12:5 (NVI)

La necesidad de la familia eclesiástica

Ser una familia eclesiástica te permite identificarte como creyente genuino. No puedo decir que sigo a Cristo si no tengo ningún compromiso con otro grupo específico de discípulos. Jesús dijo: «De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros».

Somos un testimonio para el mundo cuando, viniendo de distintas culturas, razas y clases sociales, nos reunimos en amor como una familia en la iglesia. No somos parte del cuerpo de Cristo en soledad. Necesitamos a los demás para expresar que somos miembros del cuerpo. Juntos, no por separado, somos miembros de su cuerpo.

Ser una familia eclesiástica te aparta del aislamiento egocéntrico. La iglesia local es el salón de clases donde aprendes a vivir en la familia de Dios. Es el laboratorio donde se practica el amor comprensivo y sin egoísmo. Como miembro participante podrás aprender a interesarte en los demás y a conocer la experiencia de otros: «Si uno de los miembros sufre, los demás comparten su sufrimiento; y si uno de ellos recibe honor, los demás se alegran con él». Únicamente por medio del contacto regular con creyentes comunes e imperfectos podremos aprender a tener comunión verdadera y experimentar la verdad del Nuevo Testamento que afirma que estamos ligados y dependemos unos de otros.

La comunión bíblica consiste en estar tan comprometidos con los demás como lo estamos con Jesucristo. Dios espera que entreguemos nuestra vida unos por otros. Muchos cristianos conocen el versículo de Juan 3:16, pero se olvidan de 1 Juan 3:16: «En esto conocemos lo que es el amor: en que Jesucristo entregó su vida por nosotros. Así también nosotros debemos entregar la vida por nuestros hermanos». Este es el tipo de sacrificio de amor que Dios espera que les demostremos a los demás creyentes: una disposición a amarlos del mismo modo que Dios nos amó.

Ser una familia eclesiástica te ayuda a mantenerte en forma espiritualmente. No podrás madurar si solo asistes a los cultos de adoración y eres un espectador pasivo. Solo podemos mantenernos espiritualmente en forma si participamos en toda la vida de una congregación local. La Biblia declara: «Por su acción todo el cuerpo crece y se edifica en amor, sostenido y ajustado por todos los ligamentos, según la actividad propia de cada miembro».

El Nuevo Testamento emplea más de cincuenta veces la frase «unos a otros» o «unos con otros». Se nos manda a amar, orar, alentar, amonestar, saludar, servir, enseñar, aceptar, honrar, llevar las cargas, perdonar, someternos, comprometernos y muchas otras tareas mutuas y recíprocas. ¡Esto es membresía bíblica! Estas son tus «responsabilidades familiares» que Dios espera que cumplas por intermedio de una congregación local. ¿Con quién estás cumpliendo estas obligaciones?

Puede parecer más fácil ser santo cuando no hay nadie a nuestro alrededor que pueda frustrar nuestras preferencias, pero esta santidad es falsa y no verificable. El aislamiento genera engaño. Es fácil engañarse creyendo que somos maduros si no nos comparamos con otros. La verdadera madurez se demuestra en las relaciones.

Para crecer necesitamos algo más que la Biblia, necesitamos a otros creyentes. Creceremos más rápido y seremos más fuertes si aprendemos de los demás y asumimos nuestra responsabilidad. Cuando otros comparten lo que Dios les está enseñando, aprendo y crezco.

El cuerpo de Cristo te necesita. Dios tiene un papel exclusivo para que lo desempeñes en su familia. Es tu «ministerio», y a fin de desempeñarlo Dios te ha dado dones. «Para ayudar a toda la iglesia Dios ha provisto a cada uno con dones espirituales».

La congregación local es el lugar que Dios ha provisto para descubrir, desarrollar y usar tus dones. Es posible que además tengas un ministerio más amplio, pero eso es un agregado al servicio del cuerpo local. Jesús no prometió edificar tu ministerio, sino edificar su iglesia.

Compartirás la misión de Cristo en el mundo. Cuando Jesús caminó sobre esta tierra, Dios obró mediante el cuerpo físico de Cristo; hoy usa su cuerpo espiritual. La iglesia es el instrumento de Dios sobre la tierra. No solamente debemos ser ejemplo del amor de Dios amándonos unos a otros, también debemos llevar juntos ese amor al resto del mundo. Es un privilegio increíble que compartimos. Como miembros del cuerpo de Cristo, somos sus manos, sus pies, sus ojos y su corazón. Él obra en el mundo por nuestro intermedio. Pablo nos dice que «Dios nos ha creado en Cristo Jesús para trabajar juntos en su obra, en las buenas obras que Dios ha dispuesto para que hagamos, en la obra que más vale que pongamos en práctica».

La familia eclesiástica evitará que te apartes. Nadie es inmune a la tentación. Dadas las circunstancias apropiadas, tanto tú como yo podríamos ser capaces de cometer cualquier pecado. Como Dios sabe eso, nos ha asignado como individuos la responsabilidad de cuidarnos mutuamente. La Biblia dice: «Anímense unos a otros cada día, para que ninguno de ustedes se endurezca por el engaño del pecado». «No te metas en mi vida» no es una frase que un cristiano debiera decir. Dios nos llama y nos manda a asumir un compromiso con los demás. Si sabes de alguien que en este mismo momento está flaqueando espiritualmente, es tu responsabilidad buscar a esa persona y devolverla a la comunión. Santiago dice que «si sabemos de alguno que se extravía de la verdad de Dios, no lo descartemos, busquémoslo y hagámoslo volver».

Otro beneficio relacionado con la iglesia local es que brinda la protección espiritual de líderes consagrados. Dios les ha dado a los líderes pastorales la responsabilidad de guardar, proteger, defender y velar por el bienestar espiritual de su rebaño. La Biblia dice: «Ellos cuidan de ustedes sin descanso, y saben que son responsables ante Dios de lo que a ustedes les pase».

A Satanás le gustan los creyentes desarraigados, desconectados de la energía del cuerpo, aislados de la familia de Dios, sin responsabilidades frente a sus líderes espirituales, ya que sabe que están indefensos y sin fuerza para enfrentarse a sus tácticas.

Reflexión:

Jesús no prometió edificar tu ministerio, sino edificar su iglesia.


DAY 17/Third part • A Place to Belong

In Christ we, though many, form one body, and each member belongs to all the others.

ROMANS 12:5 (NIV)

Why You Need a Church Family

A church family identifies you as a genuine believer. I can’t claim to be following Christ if I’m not committed to any specific group of disciples. Jesus said, “Your love for one another will prove to the world that you are my disciples.”

When we come together in love as a church family from different backgrounds, race, and social status, it is a powerful witness to the world. You are not the Body of Christ on your own. You need others to express that. Together, not separated, we are his Body.

A church family moves you out of self-centered isolation. The local church is the classroom for learning how to get along in God’s family. It is a lab for practicing unselfish, sympathetic love. As a participating member you learn to care about others and share the experiences of others: “If one part of the body suffers, all the other parts suffer with it. Or if one part of our body is honored, all the other parts share its honor.” Only in regular contact with ordinary, imperfect believers can we learn real fellowship and experience the New Testament truth of being connected and dependent on each other.

Biblical fellowship is being as committed to each other as we are to Jesus Christ. God expects us to give our lives for each other. Many Christians who know John 3:16 are unaware of 1 John 3:16: “Jesus Christ laid down his life for us. And we ought to lay down our lives for our brothers.” This is the kind of sacrificial love God expects you to show other believers — a willingness to love them in the same way Jesus loves you.

A Place to Belong A church family helps you develop spiritual muscle. You will never grow to maturity just by attending worship services and being a passive spectator. Only participation in the full life of a local church builds spiritual muscle. The Bible says, “As each part does its own special work, it helps the other parts grow, so that the whole body is healthy and growing and full of love.”

Over fifty times in the New Testament the phrase “one another” or “each other” is used. We are commanded to love each other, pray for each other, encourage each other, admonish each other, greet each other, serve each other, teach each other, accept each other, honor each other, bear each other’s burdens, forgive each other, submit to each other, be devoted to each other, and many other mutual tasks. This is biblical membership! These are your “family responsibilities” that God expects you to fulfill through a local fellowship. Who are you doing these with?

It may seem easier to be holy when no one else is around to frustrate your preferences, but that is a false, untested holiness. Isolation breeds deceitfulness; it is easy to fool ourselves into thinking we are mature if there is no one to challenge us. Real maturity shows up in relationships.

We need more than the Bible in order to grow; we need other believers. We grow faster and stronger by learning from each other and being accountable to each other. When others share what God is teaching them, I learn and grow, too.

The Body of Christ needs you. God has a unique role for you to play in his family. This is called your “ministry,” and God has gifted you for this assignment: “A spiritual gift is given to each of us as a means of helping the entire church.” Your local fellowship is the place God designed for you to discover, develop, and use your gifts. You may also have a wider ministry, but that is in addition to your service in a local body. Jesus has not promised to build your ministry; he has promised to build his church.

You will share in Christ’s mission in the world. When Jesus walked the earth, God worked through the physical body of Christ; today he uses his spiritual body. The church is God’s instrument on earth. We are not just to model God’s love by loving each other; we are to carry it together to the rest of the world. This is an incredible privilege we have been given together. As members of Christ’s body, we are his hands, his feet, his eyes, and his heart. He works through us in the world. We each have a contribution to make. Paul tells us, “He creates each of us by Christ Jesus to join him in the work he does, the good work he has gotten ready for us to do, work we had better be doing.”

A church family will help keep you from backsliding. None of us are immune to temptation. Given the right situation, you and I are capable of any sin. God knows this, so he has assigned us as individuals the responsibility of keeping each other on track. The Bible says, “Encourage one another daily . . . so that none of you may be hardened by sin’s deceitfulness.”  “Mind your own business” is not a Christian phrase. We are called and commanded to be involved in each other’s lives. If you know someone who is wavering spiritually right now, it is your responsibility to go after them and bring them back into the fellowship. James tells us, “If you know people who have wandered off from God’s truth, don’t write them off. Go after them. Get them back.”

A related benefit of a local church is that it also provides the spiritual protection of godly leaders. God gives shepherd leaders the responsibility to guard, protect, defend, and care for the spiritual welfare of his flock. We are told, “Their work is to watch over your souls, and they know they are accountable to God.”

Satan loves detached believers, unplugged from the life of the Body, isolated from God’s family, and unaccountable to spiritual leaders, because he knows they are defenseless and powerless against his tactics.

Reflection:

Jesus has not promised to build your ministry; he has promised to build his church.