Mi libertad

Porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. ROMANOS 8:21 (RV60) 

Hay algunos días que empezamos la jornada con alabanzas en los labios y cantándole a Dios en nuestro corazón. La humildad nos cubre como una tela de terciopelo: suave, delicada y gentil. La verdad de Dios retumba en nuestra cabeza: «¡Dios es bueno! ¡Dios es bueno! ¡Soy libre!», y ni toda la oscuridad del mundo entero podría apagar esta estrofa. Pero otros días empiezan trasteando con el botón del despertador para tener cinco minutos más de sueño, ignorando la ocasión de reunirnos con él en la silenciosa tranquilidad de la mañana. El orgullo se vuelve nuestro escurridizo compañero, exigente, amargo y feo, y nos preguntamos si algún día seremos capaces de disfrutar de Dios otra vez. Nos sentimos atados.

Estos altibajos deberían parecernos ya bastante familiares, pero ¿algún día llegaremos a acostumbrarnos a vivir una vida santa que coexiste con nuestra carne? Un día glorioso, la carne dará paso a la libertad y ya no tendremos que convivir con ella. Solo quedará lo santo. Solo quedarán las alabanzas de nuestros labios y la canción de nuestro corazón, el cantar eterno de su bondad y el roce suave del terciopelo cuando nos sentemos ante su trono celestial.


Oración:
Dios, sé que tú quieres que yo descanse en tu presencia. Eres fiel y tierno. Cuando paso tiempo contigo, no necesito esconderme. Puedo ser exactamente quien soy y decir lo que necesito decir. Gracias.


My Freedom

Creation itself will be set free from its bondage to corruption and obtain the freedom of the glory of the children of God. ROMANS 8:21 ESV 

Some days begin with praises on our lips and a song to God in our hearts. Humility covers us like a velvet cloth, soothing and delicate and gentle. The truth of God plays on repeat: “God is good! God is good! I am free!” and the entire world’s darkness cannot interrupt the chorus. But other days begin by fumbling with the snooze button and forfeiting the chance to meet him in the quiet stillness. Pride, then, is a sneaky companion, pushing and bitter and ugly, and we wonder if we will ever delight with God again. We feel bound.

The ups and downs should be familiar by now, perhaps, but can we ever become accustomed to the holy living side-by-side with our flesh? One glorious day, flesh will give way to freedom, and there will be no side-by-side. Only the holy will remain. This leaves praise on our lips and a song in our hearts, the unending chorus of his goodness, the velvet covering as we sit before his heavenly throne.

Prayer:
God, I know you want me to rest in your presence. You are faithful and tender. When I spend time with you, there’s no need to hide. I can be exactly who I am and say what I need to say. Thank you.